El mercado energético vive un viraje acelerado empujado por la digitalización, el auge de la inteligencia artificial y el consumo industrial. En Norteamérica, Estados Unidos y Canadá están ampliando su infraestructura gasífera para sostener su crecimiento eléctrico. México, en cambio, se encuentra en un punto crítico: la demanda aumenta, pero la producción interna no crece al mismo ritmo.
La administración de Claudia Sheinbaum enfrenta una tensión doble. Por un lado, necesita garantizar energía suficiente para la industria y para los nuevos proyectos tecnológicos que ya buscan instalarse en el país. Por otro, debe resolver el rezago productivo de Pemex, cuyas refinerías y campos gasíferos operan con dificultades técnicas y financieras.
Hoy México depende en gran medida del gas importado desde Texas. Si no se refuerza la infraestructura y no se acelera la extracción nacional, el país corre el riesgo de quedar rezagado frente a sus socios comerciales, lo que podría encarecer costos industriales y comprometer inversiones estratégicas.
El debate ya no es ideológico, sino operativo: ¿podrá el gobierno pasar del discurso a las soluciones inmediatas? El tiempo corre, y la ventana para asegurar competitividad energética se está cerrando.